Pliegos de Poesía


Indómito lugar, este río salvaje, tan lejos de las estrellas.
               Damián H. Cuesta


LA MEJOR CASA POSIBLE

El agua y el sol todavía alimentan las cosechas.
Las flores aún desnudan sus estambres con el viento. 
Hay quien dice que habitamos la mejor casa posible,
donde crece el desarraigo del trigo, y la ignorancia, 
destral de doble filo, 
empoza las tripas de la ceremonia: casa que habita 
este fuego residente. 
          Retallar de los incontables,
seres de porvenir legendario,
prestidigitadores de la llama,  
molares de un sol hurtado en secreto.

Indómito lugar, este río salvaje, tan lejos de las estrellas.

Damian H. Cuesta
Astada luz desprendes
esta mañana
querido invierno

Damian H. Cuesta
ECHAR LOS DESEOS AL FUEGO

Echar los deseos al fuego
para que ardan,
se hagan humo,
se desvanezcan.

Siempre que busco en los deseos
me topo con una inmediatez de lucecitas tintineantes
que me distancian del eje del mundo.
Cacharros de todo tipo con ruedas,
con ruido, con botones, 
con lucecitas tintineantes.
Y de nuevo tengo que desnudarme,
dejar que el aire enfríe mi piel animal;
sentir el crepitar de la hierba
y el crujir de los terrones secos
bajo las plantas desnudas de mis pies;
el roce de la piel con la corteza del árbol;
el arañazo de la zarza.


De libertad esclavo.
Me vendo a la sobria austeridad del agavanzo.
Me socavo.
Echo los deseos al fuego
para que ardan,
se hagan humo,

prendan en las nubes si quieren.


Damian H. Cuesta
Junto a tu cuerpo

Han caído las estatuas de alabastro y carne.
De pronto somos todos, estamos todas,
sonrientes bajo los árboles, hinchando las alamedas.

Enfundadas las agujas de la impaciencia,
el relente estelar despierta al mundo
vitrificando la herrumbre multitudinaria del oprobio.

Personalmente
he tanteado el suelo a cuatro patas
buscándome los ojos sin encontrarte.
  
¡Quién lo hubiera imaginado!
Rendidos a la austeridad del fuego.
Alegres, sin desearlo fervientemente.
Maromas del mar emergen
buscando nuestras muñecas gélidas.

¡Oh, sí! ¡Estamos todas!
¡Todos!
¡Sonrientes!

Han caído las estatuas de alabastro y carne.
El miedo ha desaparecido y con él
los caminos que nos estaban vedados.

Sin quererlo, sonriente,
boca arriba,
me tumbo junto a tu cuerpo
amarillo
bajo las estrellas.


Hace una hermosa noche de verano.


Damian H. Cuesta